Toparse con un libro que tiene más de 30 años de edición puede convertirse en toda una aventura. Es lo que me pasó esta semana con «Compromiso y distanciamiento», que Norbert Elías publicó bajo Editorial Península. La tapa del libro era encantadora en 1983, cuando se registra la propiedad del libro. Un perfil del autor en su intimidad. Seguramente así se quiso retratar: máquina de escribir manual, pila de libros, bolígrafo y papel. Retrato de una cultura analógica. Hoy podría ser incomprensible para los jóvenes que vean esa tapa, casi un objeto arqueológico que quizá los ahuyentaría de la lectura.
Una máquina de escribir era un objeto no suntuario, pero muy de clase media para personas que producían escritos: estudiaban o escribían con fines de estudios o publicación. Hoy todo humano que usa un teléfono móvil porta con ese objeto un teclado QWERTY, aunque ya no tenga que apretar teclas metálicas, solo virtuales, y como mucho escribir con dos dedos de manera simultánea.
Esa tapa de libro es, al mismo tiempo, un retrato de una cultura letrada, de una sociedad centrada en el libro como objeto de conocimiento, dador de conocimiento y portador saberes que extiende su aura a quien lo porta, lo exhibe o lo tiene en su biblioteca. Retrato de una época que muere a manos de la cultura digital.